&ldquo;Hay que tener calle y boulevard&rdquo;.

Las entrevistas terminan con un silencio. Es como el tel&oacute;n en el teatro o como la llegada de la palabra FIN en el cine, solo que sin guion ni ensayo. Se sabe que ese silencio llegar&aacute;, pero nunca bien cu&aacute;ndo. Ahora se hizo silencio en una casona con parque de San Isidro, por ejemplo. Pero el tel&oacute;n en lugar de caer se abre con la forma de un cielo argentino salpicado de nubes como los que Amalia Amoedo memoriz&oacute; viajando por todo el pa&iacute;s desde muy chica (&ldquo;Vas a conocer el mundo pero primero tu pa&iacute;s&rdquo;, trae la voz de su madre In&eacute;s). En off seguimos hablando el mismo dialecto: arte argentino. Le digo que lo que hay es un cielo de (Oscar) Bony y ella retruca que, en cambio, pens&oacute; en sus primeras clases con la indomable Marcia Schvartz. &ldquo;Me preguntaba de qu&eacute; color eran las nubes. Yo le dec&iacute;a que blancas. Y ella insist&iacute;a en que viera otros colores. A la clase siguiente insist&iacute;a. Hasta que me di cuenta de que en el blanco estaban todos los colores&rdquo;. Y se r&iacute;e. Apaga luego el &uacute;ltimo pucho de la tarde en una suerte de cenicero individual que, antes, junto con la jarra de agua y un vaso de coca cero (&ldquo;mi veneno&rdquo;) hab&iacute;a acercado una empleada en uniforme de trabajo.&nbsp;
Ama (de aqu&iacute; en m&aacute;s as&iacute;, como la nombran todos los artistas) empez&oacute; muy chica: modelo de Antonio Berni a los tres a&ntilde;os. Un retrato que lleg&oacute; como retribuci&oacute;n del maestro rosarino a su abuela Amalia Lacroze de Fortabat (Amalita, de aqu&iacute; en m&aacute;s, como la nombraba todo el pa&iacute;s) por intermediar para que repintara en 1977 su parte en el mural de la c&uacute;pula de las galer&iacute;as Pac&iacute;fico original de 1943. Como suced&iacute;a con muchos de sus retratados, Berni implantaba sus ojos, los del arte, en los y las modelos. Los de la peque&ntilde;a Ama son claros, distintos de como se los ve ahora. Pero el color de los ojos de una ni&ntilde;a suele ser inestable y los de Ama se fueron poniendo color miel y almendrados. &ldquo;A vos te lo puedo decir porque lo vas a entender. Muchos dicen que tengo la mirada de las mujeres de Berni, esa mirada melanc&oacute;lica, pero a la vez fuerte&rdquo;. Y s&iacute;, captada por el pintor que llevaba el ADN de la cultura argentina en cada pincelada, a ella le quedaron ojos de Berni. As&iacute;, con determinaci&oacute;n y enso&ntilde;ada, est&aacute; mirando el cielo ahora, las u&ntilde;as esmaltadas en una combinaci&oacute;n de colores suaves, un buzo color camel, pantalones plateados y chinelas Prada como de peluche.
Ama no duerme. Lleva las riendas de la Fundaci&oacute;n Ama Amoedo con un programa ambicioso de residencias art&iacute;sticas con sede en la casa Neptuna (obra del artista total Edgardo Gim&eacute;nez) en Jos&eacute; Ignacio, Uruguay, el lugar donde pas&oacute; los d&iacute;as interminables de la pandemia. Pero tambi&eacute;n vela por Colecci&oacute;n Amalita, el espacio de Puerto Madero donde se exhibe parte de la colecci&oacute;n de su abuela y se consagran en tiempo y forma artistas contempor&aacute;neos, y por el alcance social de la Fundaci&oacute;n Fortabat. Prefiere no dar ejemplos en este punto. M&aacute;s de una vez durante esta conversaci&oacute;n al borde del parque de lo que, antes, fue una quinta de Amalita, repetir&aacute; que ella no trabaja para la foto. Que pis&oacute; Fiorito m&aacute;s de una vez, pero nunca una foto. Que esas cosas no se hacen para ser promocionadas. Y adem&aacute;s tiene dos hijas y un nieto, el &uacute;nico var&oacute;n en una suerte de matriarcado. Yoga y Kick Boxing alternados de lunes a s&aacute;bado.
Terminamos de conversar despu&eacute;s de visitar la parte de su colecci&oacute;n de arte contempor&aacute;neo que aloja en esta casa a la que el visitante entra dirigiendo la vista a un mueble objeto de Gim&eacute;nez y un coraz&oacute;n de Delia Cancela (vintage 65, ninguna reconstrucci&oacute;n) para atravesar un gran ambiente donde se destaca una enorme pintura de Paola Vega incrustada en el cielorraso. Ama invirti&oacute; la ecuaci&oacute;n ac&aacute;: la arquitectura es la que tuvo que adaptarse al arte. Como no hab&iacute;a pared que contuviera la superficie estallada de color, pidi&oacute; que le hicieran una suerte de cavidad para alojarla. As&iacute;, hizo de la pintora Vega su my own private Michelangelo y se volvi&oacute;, de alg&uacute;n modo, coautora de una instalaci&oacute;n no premeditada. En el lugar que ocupar&iacute;a una reserva en cualquier museo se distingue su &uacute;ltima adquisici&oacute;n, una &ldquo;Madonna&rdquo; de Diana Aisenberg. Apunto algunos highlights mientras Ama cuenta historias. Los retratos que Warhol hizo de Amalita (no pint&oacute; a ninguna otra persona nacida en Argentina), la merengada gigante de Mart&iacute;n Di Paola que se vio en el Malba en 2023, dibujos que Eduardo Basualdo present&oacute; en Pupila (Museo de Arte Moderno, 2023), una obra muy rara, colgante, como una cabellera (&ldquo;El tamborcito de Curupayt&iacute;&rdquo;, 2019) de Marcelo Pombo y otra, temprana, casi irreconocible de Miguel Harte. Como si nada, uno de los colchones-mapa de Kuitca. &ldquo;&iquest;Ves este trazo ac&aacute;? El d&iacute;a que vino Pablo Siquier a ver la colecci&oacute;n me dijo que esa l&iacute;nea la hab&iacute;a hecho &eacute;l cuando era asistente de Guillermo&rdquo;, dice Ama y se le dibuja una sonrisa indeleble. Acaso la misma que cuando empez&oacute; a coleccionar piedras preciosas, esmaltes de u&ntilde;as o cartas de Tarot. Lo que de alg&uacute;n modo la llev&oacute; a convertirse este a&ntilde;o en Personalidad Destacada de la Cultura de Buenos Aires y a que le entreguen el premio al coleccionismo en arteba.&nbsp;&nbsp;&nbsp;&nbsp;
Sin embargo, el gesto que la nombra, una tautolog&iacute;a de s&iacute; misma, llega cuando habla de la obra geom&eacute;trica de Gachi Hasper con la que empez&oacute; esta colecci&oacute;n de 650 piezas del mejor arte contempor&aacute;neo argentino. &ldquo;Amo&rdquo; dice Ama y cruza los brazos contra su coraz&oacute;n, las u&ntilde;as apenas largas sobre las clav&iacute;culas, los ojos cerrados: la inmejorable estampita de Hada Madrina de la escena. Una personalidad tan demandada que, meses atr&aacute;s, sus posteos en Instagram parec&iacute;an un ant&iacute;doto. Ama celebraba on line la soledad como una de las bellas artes. &ldquo;Es que al final de cuentas las decisiones las termino tomando sola. Y me siento bien conmigo misma. Se trataba de eso, no de escapar de la gente&rdquo;, aclara.
Eso, escapar, es lo que hac&iacute;a a los 17 cuando pon&iacute;a a los custodios a esperarla en las inmediaciones de Cemento (&iexcl;justo ella, la nieta de la Dama del Cemento!) cada vez que tocaba Babas&oacute;nicos. La hija de In&eacute;s Lafuente y el senador Julio Amoedo (Ama se sorprende de que el periodista conozca el origen del conservadurismo popular) no estaba hecha para cumplir con todos los protocolos de la heredera. Poco despu&eacute;s, estar&iacute;a pasando el tiempo en la casa de la calle Dean Funes donde el grupo viv&iacute;a en una especie de comunidad autosuficiente. Los primeros tiempos del &uacute;ltimo gran grupo de rock argentino la ten&iacute;an noviando con Cosme Palumbo, el manager con maneras de dandy y altern&aacute;ndose en la cocina con Catarina Spinetta, que noviaba con Diego Tu&ntilde;&oacute;n, tecladista y hombre sampler del grupo. El Hada Madrina viene tambi&eacute;n con underground, un espesor de tango en la voz y una frase que resonaba en la casa y se le hizo carne: &ldquo;Hay que tener calle y boulevard. Con boulevard solo no alcanza&rdquo;. Dice, acaso, que esa sea la mejor ense&ntilde;anza que su abuela y su madre le dejaron. Despu&eacute;s, se hizo silencio.&nbsp; &nbsp; 
Fotograf&iacute;as: Germ&aacute;n Romani.&nbsp;

Amalia Amoedo. Mecenas, artista visual, coleccionista

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