Las modas, los usos, la mística y los perfumes icónicos de los últimos cien años. 

El martes 1 de octubre de 1912, The New York Times public&oacute; un art&iacute;culo curioso: &ldquo;Perfume ahora inyectado: la &uacute;ltima moda en Par&iacute;s. La piel se satura de aroma&rdquo;, lo titul&oacute;. En &eacute;l se contaba con estupor la m&aacute;s reciente costumbre de la bohemia parisina: inyecciones de fragancias mediante jeringas hipod&eacute;rmicas. En el imaginario, la mujer con el perfume dentro de su piel perfumaba el espacio que la rodeaba.&nbsp;

Las noticias de estas pr&aacute;cticas resultaban escandalosas para los lectores estadounidenses de comienzos del siglo XX, aunque no del todo extra&ntilde;as. El acto de introducir un l&iacute;quido perfumado en el cuerpo era visto como una continuaci&oacute;n de otras modas consideradas tan europeas como decadentes: la de inyectarse &eacute;ter, consumir opio, as&iacute; como asistir a fiestas de morfina y coca&iacute;na.&nbsp;

Informes similares se multiplicaron durante a&ntilde;os en la prensa estadounidense y brit&aacute;nica. Aunque como constat&oacute; la investigadora Cheryl Krueger de la Universidad de Virginia, Estados Unidos, quien indag&oacute; ampliamente en el tema, lo que escase&oacute; fue la evidencia: se tratar&iacute;a ni m&aacute;s ni menos que de la reproducci&oacute;n de un mito urbano o bien de exageraciones a partir de casos de mujeres que usaban demasiado perfume.

En el fondo, estas noticias eran el s&iacute;ntoma de un cambio profundo que se estaba gestando en la perfumer&iacute;a y que estallar&iacute;a con todo en los &ldquo;locos a&ntilde;os veinte&rdquo;. Los perfumes dejaban de ser tesoros exclusivos de la aristocracia. De la mano de las innovaciones qu&iacute;micas que incitaron la sustituci&oacute;n de los limitados y costosos materiales naturales por nuevas mol&eacute;culas sint&eacute;ticas, en apenas unas d&eacute;cadas, las fragancias se convirtieron en productos masivos, asequibles a millones de personas. En paralelo se impon&iacute;a una novedosa costumbre: rociar el perfume sobre la piel porque, hasta fines del siglo XIX, la pr&aacute;ctica instalada era la de aplicarlo en pa&ntilde;uelos y ropa, no en el cuerpo.

&ldquo;El perfume se posicion&oacute; cada vez m&aacute;s como un accesorio de belleza femenino, parte de la munici&oacute;n del glamour&rdquo;, recuerda la escritora Lizzie Ostrom. Al mismo tiempo que el creador de la Alta Costura Paul Poiret asociaba por primera vez una fragancia, Parfums de Rosine, a una casa de moda, aparec&iacute;a uno de los grandes responsables de la revoluci&oacute;n arom&aacute;tica: el m&iacute;tico N&ordm; 5. El perfumista franc&eacute;s nacido en Rusia, Ernest Beaux, y la mente genial de la dise&ntilde;adora Gabrielle &ldquo;Coco&rdquo; Chanel lo hicieron posible. Su creaci&oacute;n fue una de las primeras &ndash;la primera, primera fue Jicky (1889) de Aim&eacute; Guerlain&ndash; gestadas aplicando principios qu&iacute;micos modernos. Inclu&iacute;a ingredientes sint&eacute;ticos llamados &ldquo;aldeh&iacute;dos alif&aacute;ticos&rdquo;.&nbsp;

&ldquo;El futuro de la perfumer&iacute;a est&aacute; en manos de los qu&iacute;micos&rdquo;, repet&iacute;a Beaux, quien hab&iacute;a trabajado para la familia real rusa y viv&iacute;a en Grasse, el centro de la perfumer&iacute;a. Fue en esa ciudad donde la modista le encarg&oacute; una fragancia sensual, opulenta pero fresca, que acompa&ntilde;ara la emancipaci&oacute;n femenina. Para la historiadora Tilar J. Mazzeo, autora de The Secret of Chanel No. 5: The Intimate History of the World&rsquo;s Most Famous Perfume, es m&aacute;s que una fragancia; es un &iacute;cono, un monumento cultural.

“Arma invisible y sutil, el perfume debe envolver a la mujer como si fuera el aroma de su alma”. Revista Leoplan, Argentina, 1942.


Los aromas del tiempo

Como los movimientos art&iacute;sticos o los estilos musicales, como los cortes de cabello o los ideales de un cuerpo &ldquo;bello&rdquo;, los perfumes son productos culturales que marcan a fuego una &eacute;poca. Cada d&eacute;cada no solo tiene un look particular, sino tambi&eacute;n un aroma &uacute;nico.

Luego de la debacle econ&oacute;mica de 1929, perfumes como Joy de Jean Patou, Scandal de Lanvin, Vol de Nuit de Guerlain y otras fragancias inspiradas en las ascendentes celebridades de Hollywood, aromatizaron los exclusivos clubes nocturnos y casinos. La Gran Depresi&oacute;n necesitaba ese toque sofisticado. Hasta que se desat&oacute; la Segunda Guerra Mundial, que puso en pausa a la industria e impuls&oacute; gran parte de la producci&oacute;n de perfumes, lejos de las zonas de conflicto. A la par, emerg&iacute;an nuevos esl&oacute;ganes de venta. &ldquo;Arma invisible y sutil, el perfume debe envolver a la mujer como si fuera el aroma de su alma&rdquo;, dec&iacute;a un aviso en la revista Leoplan, de Argentina, en 1942. &ldquo;Loci&oacute;n Origan es la quintaesencia de la femineidad que ayuda de manera casi imperceptible a conservar el coraz&oacute;n ya conquistado o apoderarse de otro que se muestra lejano o inaccesible&rdquo;.

La recuperaci&oacute;n comenz&oacute; terminada la guerra e incit&oacute; a un renacer olfativo de la mano de la Alta Costura. Christian Dior present&oacute; sus famosos Miss Dior (1947) y Diorissimo (1956). Llegaron fragancias florales como el &iacute;cono de la moda L&rsquo;Air du Temps de Nina Ricci (1948) y L&#39;Interdit, que Givenchy cre&oacute; para Audrey Hepburn (1957). Adem&aacute;s, fue el inicio de la perfumer&iacute;a masculina.&nbsp;

Elegancia en la nariz

El movimiento hippie y la liberaci&oacute;n sexual coronaron nuevos aromas como el pachul&iacute;, presente en muchos perfumes de los sesenta. Y abrieron las puertas a una &eacute;poca en la que grandes dise&ntilde;adores de moda no solo compet&iacute;an en las pasarelas sino tambi&eacute;n en hipnotizar a su clientela: Yves Saint Laurent escandaliz&oacute; con Opium (1977) y Cacharel respondi&oacute; con Ana&iuml;s Ana&iuml;s (1978), al igual que Ralph Lauren, Oscar de la Renta, Emanuel Ungaro y Halston lo hicieron con sus fragancias hom&oacute;nimas, aromas oficiales de la discoteca Studio 54 de Nueva York, el olor del lujo ostentoso y los excesos.

El erotismo imper&oacute; en los 80, con el regreso de fragancias potentes y embriagadoras como Obsession de Calvin Klein, Poison de Christian Dior, Giorgio Beverly Hills y Beautiful de Est&eacute;e Lauder, favorito de Andy Warhol (a tal punto que cuando muri&oacute;, en 1987, fue enterrado con una botella). Para entonces, apareci&oacute; tambi&eacute;n la era de los perfumes de celebridades: Sophia Loren fue una de las primeras en tener una fragancia propia (Sophia, 1981). La siguieron Cher (Uninhibited, 1987) y Elizabeth Taylor, cuya fragancia White Diamonds (1991) se convirti&oacute; en el perfume de celebridad m&aacute;s vendido de todos los tiempos. La paleta olfativa del mundo se ampliaba con fragancias m&aacute;s sencillas, de aromas acu&aacute;ticos y florales como Angel (1992) de Mugler, CK One (1994) de Calvin Klein &ndash;primer perfume unisex de nuestros tiempos&ndash;, Tommy Girl (1996) de Tommy Hilfiger y J&#39;adore (1999) de Dior.

Desde entonces, se estima que cada a&ntilde;o se lanzan alrededor de 2.400 nuevos perfumes, colonias y fragancias de autor o &ldquo;hechos a medida&rdquo; (una perfumer&iacute;a de nicho que busca recuperar su faceta artesanal ante el avance de la industria). Cada uno esconde un misterio y una historia para contar. Porque, adem&aacute;s de ser productos de lujo &mdash;hoy cotidianos&mdash;, los perfumes siempre han sido y ser&aacute;n memoria l&iacute;quida: con solo cerrar los ojos e inhalar profundo, nos permiten viajar en el tiempo y en el espacio. Y a veces, hasta ser otros.

Memoria olfativa

Entradas recomendadas

Food

Nueva carta

Arte y cultura

Chez Maxim's

Joyería y relojería

Historias que brillan

Arte y cultura

Cinco minutos con Judeline

Moda

En clave sostenible

Arte y cultura

Cinco minutos para conocer a Vivian Suter

Arte y cultura

Agenda cultural

Belleza

Cinco minutos con el perfumista Alberto Morillas