La artista argentina falleció a los 54 años en La Pampa. 

El martes 7 de julio se muri&oacute; <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Rosario_Bl%C3%A9fari">Rosario Bl&eacute;fari</a>, ten&iacute;a 54 a&ntilde;os. Estaba enferma de un c&aacute;ncer que empez&oacute; por carcomerle un pecho y se le fue a los huesos. <a href="https://www.youtube.com/watch?v=ffTsHV-WX48">Rosario</a> se muri&oacute; en Santa Rosa, La &nbsp;Pampa, donde viv&iacute;a su padre, al que visitaba todos los veranos. En Buenos Aires quedaron Nina, su hija de 20 a&ntilde;os, y Fabio, su pareja desde hace treinta, el que le dio el apellido a Nina y a la <a href="https://www.youtube.com/watch?v=18TfA0fZQ_Q">banda</a> que formaron juntos: Su&aacute;rez.

Y en todo el pa&iacute;s qued&oacute; un agujero secreto que las redes sociales y la atenci&oacute;n de los medios amplificaron pero que no dejaba de ser un dolor profundo e &iacute;ntimo: el de aquellos que entre 1989 y 2019 hab&iacute;an sido atravesados por el misterio rel&aacute;mpago (como le puso a uno de sus discos) de una cantante-compositora-actriz-escritora que amurall&oacute; sus convicciones est&eacute;ticas muy pronto y para siempre.

Rosario, al margen de la industria, lejos de las multitudes, fue sin embargo central. Como en la pel&iacute;cula Silvia Prieto (Mart&iacute;n Rejtman, 1999) donde muchas mujeres pod&iacute;an ser Silvia Prieto pero solo era ella o como en una banda con un nombre tan com&uacute;n como Su&aacute;rez (&iquest;The Smiths?) donde nada era vulgar, rutinario. Mucho menos su figura, la de una chica menuda que romp&iacute;a el molde de la musa-cantante-corista que estrenaba los hits de un rockstar y desplegaba sin fuegos artificiales una sobria plataforma feminista. Nada de eso. Rosario era central.

Las fotograf&iacute;as de Eugenia Kais que ilustran estas p&aacute;ginas muestran al &iacute;cono que fue para el underground despu&eacute;s del underground, que algunos llamaron rock alternativo y otros indie. Pero Rosario no se hizo consumiendo videos de MTV en la era Nirvana durante trasnoches de helado y cigarrillos, sino que ven&iacute;a en el &uacute;ltimo pelot&oacute;n del under de los 80: le toc&oacute; pasar de largo todo ese nihilismo dark y ser parte de la escena del Rojas que tra&iacute;a la soluci&oacute;n de un glamour povera para el tercer mundo.

Ella, sin embargo, esquiv&oacute; la trampa. No fue para nada una chica De Loof sino que revisit&oacute; la &eacute;tica modernista desde un cruce peculiar: ten&iacute;a el alma de diamante que ped&iacute;a Spinetta y los dedos de la Pizarnik, bien metidos en el enchufe para electrificarla.

Rosario era una chica educada en la alta cultura rock cuyo mandato hab&iacute;a sido veh&iacute;culo veloz de todas las otras artes: lo que hicieron Bowie, Ferry, Patti Smith, Malcolm McLaren y Vivienne Westwood. Una ni&ntilde;a del &Aacute;lbum Blanco de Los Beatles, del segundo y oscuro disco doble de Almendra, hechizada por la fuerza de remolino con la que apareci&oacute; Celeste Carballo muy a principios de los 80, cuando ella era una quincea&ntilde;era que hab&iacute;a pasado la infancia en Bariloche.

Y convirti&oacute; todo eso en un estilo de cantar, de actuar, de vestirse (puro vintage de autor). Austera, con esa voz como de campo y una carita nouvelle vague que Eric Rohmer hubiera enfocado si el plan maestro la hubiera preferido parisina.

Rosario BlÃ©fari 01-foto Eugenia Kais.jpg

Su&aacute;rez fue un grupo perfecto que dur&oacute; casi diez a&ntilde;os, dej&oacute; cuatro discos mod&eacute;licos, algunas grabaciones legendarias y la posibilidad de que la canci&oacute;n y la experimentaci&oacute;n de vanguardia se fundieran en un lenguaje com&uacute;n que no se parec&iacute;a a nada de nada. Volvieron quince a&ntilde;os despu&eacute;s para una cantidad de p&uacute;blico que jam&aacute;s hab&iacute;an so&ntilde;ado en vida, un Konex que rebalsaba y que daba fe de la leyenda que se hab&iacute;a construido alrededor de ellos en tantos a&ntilde;os de silencio. Y en el centro del escenario, toda de negro, estaba Rosario. Podr&iacute;a haberse quedado ah&iacute; c&oacute;moda con el aplauso pero prefiri&oacute; seguir su camino solista, un templo personal y modesto donde dio paso a una sonoridad menos compleja, m&aacute;s cristalina.

Fue ella la que decidi&oacute; que el grupo no volviera a la rutina de los 90 y que se reservara para apariciones espor&aacute;dicas y eventuales. Fue ella la que evit&oacute; que Su&aacute;rez terminase tocando a las dos de la tarde en el Lollapalooza como una banda de relleno, para que el recuerdo de shows que eran ceremonias inici&aacute;ticas no se arruinara.

Hay quienes acuerdan que fue en el Teatro del Plata (donde debutaron Los Redondos en Buenos Aires en 1978) y otros que citan La Luna, un pub peque&ntilde;o en la esquina de Cabrera y Medrano. De lo que hablan es de un show en el que Su&aacute;rez sali&oacute; a tocar con un tel&oacute;n de papel ocult&aacute;ndolos de la vista del p&uacute;blico. Dicen que a medida que pasaban los temas, a veces improvisaciones de ruido blanco y gritos como en una performance de Yoko Ono, Rosario iba desgarrando el tel&oacute;n con una tijera. Muy de a poco, se dejaban ver los mangos de las guitarras, un platillo, su overol. Agregan que hubo que esperar al &uacute;ltimo tema para poder ver a la banda completa. Eran nuestros Velvet Underground. Lo digo yo que estuve ah&iacute;. La incertidumbre en cada show de Su&aacute;rez se volv&iacute;a un ingrediente sexy, er&oacute;tico. No se sab&iacute;a cu&aacute;nto pod&iacute;a durar, a veces uno hubiera querido que ella cantara m&aacute;s temas, pero no se trataba de eso. Estar en medio del ruido, canalizar la energ&iacute;a a trav&eacute;s de ese cuerpo flaco y chiquito tambi&eacute;n era su arte. Fuera de Los Redondos del principio de los tiempos, Su&aacute;rez era una de esas bandas, acaso la &uacute;ltima con Don Cornelio y la Zona, que promov&iacute;a una suerte de militancia secreta. Y Rosario, central, era su pasionaria, su (Santa) Rosa Luxemburgo.

&ldquo;Mi cuerpo tiene un im&aacute;n&rdquo;, la o&iacute;mos cantar d&aacute;ndole a la palabra &ldquo;im&aacute;n&rdquo; una elasticidad de bucle que se retroalimenta y sigue. Y es cierto, hab&iacute;a en toda ella un magnetismo de &iacute;cono, en un sentido trascendental. Ve&aacute;mosla en un d&iacute;ptico con el Kavanagh a sus espaldas y un tapado rojo que podr&iacute;a haberle comprado a Peggy Olson (Mad Men) en Mercado Libre, pero nunca como un gesto retro sino como quien usa lo que ya est&aacute; hecho, economiza. Rosario sab&iacute;a hacer much&iacute;simo con muy poco y eso era much&iacute;simo. Rosario, central: buen d&iacute;a ah&iacute;, arriba.

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Fotos EUGENIA KAIS

Nuestro pequeño homenaje a Rosario Bléfari

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