Naci&oacute; en Bielorrusia en el a&ntilde;o de la explosi&oacute;n en Chern&oacute;bil. Creci&oacute; en Argentina. Su libro mereci&oacute; un premio de novela.&nbsp; Natalia Litvinova cuenta c&oacute;mo teji&oacute; autobiograf&iacute;a y ficci&oacute;n, por la memoria.&nbsp;

&ldquo;Vuelve all&iacute; donde todos pasan de largo&rdquo;, versa el Tao Te Ching, y Natalia Litvinova vuelve y tiene la generosidad de llevarnos con ella. Su primera novela, Luci&eacute;rnaga, recientemente publicada, ganadora del Premio Lumen 2024, es una flor colorida que se abre en el pantano, es una mamuschka donde se atesoran los relatos de distintas generaciones de mujeres y es, tambi&eacute;n, una toma de posici&oacute;n respecto de eso que se insiste en tratar como antag&oacute;nico: autobiograf&iacute;a y ficci&oacute;n.&nbsp;
Desde la primera oraci&oacute;n, Litvinova nos coloca frente a un hecho hist&oacute;rico como Chern&oacute;bil y sin embargo, pasa por donde todos pasan de largo: &ldquo;No quer&iacute;a nacer en oto&ntilde;o en un pa&iacute;s radioactivo&rdquo;. La autora de Siguiente vitalidad (2016), Cesto de trenzas (2018), La nostalgia es un sello ardiente (2020) nos muestra, otra vez, que la memoria, la familia, los dolores pueden narrarse sin melancol&iacute;a. Pulsa ese motor ardiente que es la mezcla de humor y poes&iacute;a, arte que invoca y repara. &ldquo;Me encontr&eacute; jugando con la palabra memoria para componer un poema y empec&eacute; a escribir memoria, memoria. Y de repente apareci&oacute;: me mor&iacute;a, me mor&iacute;a. La memoria se transformaba en muerte si yo no segu&iacute;a tirando del hilo. La literatura me estaba susurrando, esa literatura b&eacute;lica que tanto le&iacute;a de joven me hab&iacute;a estado hablando: ac&aacute; hay algo que te interesa, and&aacute; por ah&iacute;.&rdquo;&nbsp;
Natalia naci&oacute; en G&oacute;mel, Bielorrusia, en 1986, el a&ntilde;o que explot&oacute; la central nuclear de Chern&oacute;bil, ubicada a tan solo algunos kil&oacute;metros de su ciudad. Un d&iacute;a antes de cumplir los 10 a&ntilde;os lleg&oacute; a la Argentina con su familia que hu&iacute;a de una tierra contaminada. En Argentina se convirti&oacute; en poeta, traductora y tallerista. Y fund&oacute; la editorial Llant&eacute;n, que acaba de publicar su &uacute;ltimo poemario Amarilis.
L&acute;OFFICIEL: El segundo cap&iacute;tulo de Luci&eacute;rnaga inicia con la frase: &ldquo;Me obsesionan los comienzos&rdquo;. &iquest;C&oacute;mo fue tu comienzo como narradora?&nbsp;
NATALIA LITVINOVA: Yo llevo todo a la poes&iacute;a, soy poeta. Quer&iacute;a hacer un poemario, pero no me sal&iacute;a. Necesitaba m&aacute;s texto, m&aacute;s espacio en la hoja, m&aacute;s tiempo. Y se fueron acumulando esas historias que mi madre me empez&oacute; a escribir en un cuaderno. Lo empez&oacute; a escribir porque le dol&iacute;a hablar, se perd&iacute;a, se incomodaba. Hasta mis 30 a&ntilde;os, yo no supe que mi mam&aacute; hab&iacute;a estado en Pr&iacute;piat, en Chern&oacute;bil, embarazada de m&iacute; cuando estaba por estallar la central nuclear. De un d&iacute;a para el otro mi biograf&iacute;a se transform&oacute;. No pod&iacute;a no hacer nada con eso. Cuando me di cuenta de que pod&iacute;a escribir mi novela con la poes&iacute;a, me tranquilic&eacute;. Parece sencillo decirlo pero fue calmarme darme cuenta de que algo en m&iacute; hab&iacute;a dicho: &iquest;Poes&iacute;a? No, te est&aacute;s enga&ntilde;ando. Poes&iacute;a vendr&aacute;, pero ac&aacute; ten&eacute;s un proyecto enorme.&nbsp;
L'O: Luci&eacute;rnaga es una novela autobiogr&aacute;fica. Sin embargo, la voz de la protagonista es desafectada, luminosa, no se autocompadece. &iquest;C&oacute;mo fue ese hallazgo?
NL: Fue un desaf&iacute;o encontrar la voz porque lo es en cada libro. Llevo ocho a&ntilde;os pensando en estos escritos. Y yo dec&iacute;a &iquest;c&oacute;mo es que no encuentro la voz, si la protagonista soy yo? Si estoy ac&aacute; escribiendo, estoy ac&aacute; con mi mam&aacute;, todo es tan familiar, cercano y lo lejano lo estamos trayendo juntas, acercando juntas, por qu&eacute; no tengo voz. Despu&eacute;s, hace dos a&ntilde;os, gan&eacute; una beca para ir a La Coru&ntilde;a a escribir poes&iacute;a, y no pod&iacute;a escribir. Estaba en problemas. Sal&iacute;a a caminar, paseaba. Y de pronto, un d&iacute;a, abr&iacute; el archivo con todos esos fragmentos y algo me tirone&oacute;. Me puse a escribir pero desde esa sensaci&oacute;n de &ldquo;no le debo nada a nadie, voy a escribir solo porque hoy tengo tiempo&rdquo;. Ah&iacute; escrib&iacute; mi nacimiento y todo fluy&oacute;. Me agarr&eacute; de esa voz como si estuviera naciendo y me estir&eacute;. Entend&iacute; que ese estar colgada que aparece en la novela era tambi&eacute;n estar columpi&aacute;ndome entre la poes&iacute;a y la narrativa,&nbsp;era el tiempo de la escritura, era estar entre la ficci&oacute;n y la realidad, era todo ese tiempo que necesit&oacute; mi mam&aacute; para escribir su historia.
L&acute;O: &iquest;Y el humor?
NL: No fue un desaf&iacute;o porque vengo de pueblos que sufrieron muchas p&eacute;rdidas y que tienen una relaci&oacute;n muy fuerte con lo celebratorio, con algo de atrapar la vida: si nos morimos ma&ntilde;ana, cas&eacute;monos. De eso habla mucho la poes&iacute;a rusa. Evgueni Evtushenko, por ejemplo, escribi&oacute; an&eacute;cdotas sencillas de la gente com&uacute;n de la posguerra, retrat&oacute; esos dolores sin &eacute;pica. Yo tampoco quer&iacute;a &eacute;pica, quer&iacute;a belleza. Y eso tambi&eacute;n me lo ense&ntilde;&oacute; Svetlana Aleksi&eacute;vich. No hay &eacute;pica en el estalinismo. Yo crec&iacute; as&iacute;. Era hablar en la cocina de las p&eacute;rdidas y al rato escuchar carcajadas. El humor es un sost&eacute;n, tiene un efecto directo en el cuerpo. Si los traumas y los duelos son err&aacute;ticos, el humor, ese cosquilleo, te pega directo en el cuerpo.&nbsp;
L&rsquo;O: Contame sobre esa imagen de la luci&eacute;rnaga que tomaste para el t&iacute;tulo.&nbsp;
NL: Representa a los que sobrevivimos a Chern&oacute;bil. Nos dec&iacute;an que ten&iacute;amos radiaci&oacute;n, que nos ilumin&aacute;bamos en la oscuridad. Lo eleg&iacute; porque a pesar de la tragedia es una historia luminosa. Este libro comienza con la necesidad de conocer mi historia familiar, de dejar de dar cosas por sentado. Mi mam&aacute; mencionaba a mi abuela y dec&iacute;a &ldquo;mi madre estuvo secuestrada por los nazis&rdquo;. A mis 30 a&ntilde;os me lo dijo con una naturalidad que me doli&oacute;. Ella hab&iacute;a callado porque le hab&iacute;an dicho que si no callaba, ac&aacute; no iba a conseguir trabajo, que yo no iba a poder ir al colegio. Entonces esto es autobiogr&aacute;fico pero tiene momentos m&aacute;gicos, alucinaciones. No quer&iacute;a basarme en datos de Internet porque adem&aacute;s casi no hay informaci&oacute;n sobre esas mujeres que habiendo sobrevivido al nazismo volvieron a su pa&iacute;s y fueron enviadas a recoger la turba, castigadas por traici&oacute;n a la patria. Yo quer&iacute;a hablar sobre mi abuela. Y para eso ten&iacute;a que inventar. Yo le dije a mi mam&aacute;: Si lo hacemos juntas, &iquest;me cont&aacute;s? Yo voy a fabular, voy a inventar cosas, la ficci&oacute;n nos va a sostener en este dolor pero hablemos.
L&acute;O: El llant&eacute;n, las trenzas, el pasado, las mujeres y sus rituales, la naturaleza ya forman un mapa que recorre toda tu obra, &iquest;qu&eacute; est&aacute;n tejiendo estas recurrencias?&nbsp;
NL: Para la filosof&iacute;a, la naturaleza existe muy poco. Y al menos a m&iacute; y a mi familia nos cuid&oacute;, nos dio de comer. C&oacute;mo no voy a hablar de la naturaleza si vengo de una familia completamente campesina que trabajaba de sol a sol. Con abuelas que nunca fueron a un hospital, que sab&iacute;an qu&eacute; comer y cu&aacute;ndo. Con abuelos que sab&iacute;an con qu&eacute; plantas pod&iacute;an curarse las heridas, qu&eacute; flores eran comestibles. En las hambrunas sab&iacute;an qu&eacute; bulbos pod&iacute;an masticar. La naturaleza nos salv&oacute;. A m&iacute; me ense&ntilde;&oacute; a pasear, a pensar, a aprender. No es cierto que todo est&aacute; en los libros. Yo aprend&iacute; de la fauna y de la flora, vi qu&eacute; pasaba con las plantas cuando ca&iacute;a la lluvia, c&oacute;mo se comportaban los animales ante un ruido, qu&eacute; olor representa qu&eacute; cosa, s&eacute; sobre el centeno y el pan, sobre mi cuerpo, mis dolores. Cuando llegu&eacute; ac&aacute; vi que en los jardines no se cultivaba, no hab&iacute;a papas, perejil, flores. Para m&iacute; el jard&iacute;n no es solo recreativo, es trabajo y vida. Eso no pod&iacute;a faltar en mi libro porque forma parte de mi ADN, no puedo escribir si no miro un rato un &aacute;rbol. Mi preocupaci&oacute;n m&aacute;s all&aacute; del medio ambiente y las guerras es el cansancio del ser humano. Nos est&aacute;n cansando y no servimos cansados, no pensamos bien cansados, no cerramos teor&iacute;as cansados, no cerramos heridas cansados. Hay met&aacute;foras muy ricas sobre el jard&iacute;n: por un lado te ense&ntilde;a que las cosas se mueren si no las cuid&aacute;s pero tambi&eacute;n que nacen sin que vos se lo pidas.&nbsp;

Fotograf&iacute;as: Alejandra L&oacute;pez

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