El documental que Martin Scorsese le dedicó a su amiga Fran Lebowitz también
revaloriza a una figura social que tiende a desaparecer en épocas de conexión permanente.

Cuando <a href="http://netflix.com">Netflix</a> estren&oacute; a comienzos de a&ntilde;o <a href="https://www.netflix.com/ar/title/81078137?source=35">Supongamos que Nueva York es una ciudad</a>, la serie documental que retrata la vida de Fran Lebowitz, era previsible que no quedara limitada a un rato de entretenimiento para los espectadores: tambi&eacute;n produjo un peque&ntilde;o culto a su figura, incluso en aquellos que nunca hab&iacute;an o&iacute;do hablar de esta &aacute;cida escritora y conferencista.&nbsp;

Su amigo Martin Scorsese tuvo mucho que ver en esto, desde luego. Se nota la buena qu&iacute;mica entre ellos, adem&aacute;s de la admiraci&oacute;n del director por sus ideas (sus carcajadas a partir de las ocurrencias de Lebowitz son hipn&oacute;ticas) y su forma de vida (no usa smartphone, lee much&iacute;simo, le gusta caminar su ciudad y reniega de todo y de todos).&nbsp;

Lebowitz padece un bloqueo de escritura ya legendario (lleva d&eacute;cadas sin publicar), pero hay algo en su estilo que conecta por contraste con esta &eacute;poca: una vida sin redes sociales y que revaloriza al flaneur, ese personaje que transita las calles sin demasiado rumbo fijo, a contramano de un mundo siempre apurado, siempre ocupado y con la mente puesta en el futuro inmediato.&nbsp;

Adem&aacute;s de las humoradas corrosivas de Lebowitz, <a href="http://www.netflix.com/ar/title/81078137?source=35">Supongamos que Nueva York es una ciudad</a> atrae porque muestra un tipo de vida urbana que amenaza con desaparecer,&nbsp; especialmente si tenemos en cuenta los cuidados y las restricciones que impuso la pandemia. Estamos hablando de una de las ciudades m&aacute;s cosmopolitas del mundo, es cierto, pero ese esp&iacute;ritu de libertad puede extrapolarse a muchos otros lugares.

Fran Lebowitz pertenece a una tradici&oacute;n que tambi&eacute;n integran autoras como Dorothy Parker o Norah Ephron, que han elevado el retrato social neoyorquino al status de arte en libros y pel&iacute;culas. Tambi&eacute;n, y aunque las separan los kil&oacute;metros y las culturas, se pueden traer a colaci&oacute;n escritoras argentinas que han sabido diseccionar costumbres argentinas con agudeza y originalidad. S&oacute;lo por nombrar algunas, est&aacute;n Laura Ramos (con sus columnas en diarios en los &#39;80), Leila Guerriero (por ejemplo, en sus art&iacute;culos del reciente <a href="https://g.co/kgs/YuvqK4">Teor&iacute;a de la gravedad</a>), Hebe Uhart (tanto en sus cuentos como en sus cr&oacute;nicas) o Mariana Enriquez (en publicaciones como las recordadas TXT o El Guardi&aacute;n).

Y ya que nombr&aacute;bamos a la caminata como ese placer discreto para tomar un poco de aire fresco y ordenar las ideas, dos libros editados hace pocos meses se encargan de detallar sus beneficios, aunque de maneras distintas. Uno es <a href="https://g.co/kgs/VfPaKL">Una gu&iacute;a sobre el arte de perderse de Rebecca Solnit</a>, una serie de ensayos que invitan a extraviarnos como acto creativo, y el otro es <a href="https://g.co/kgs/r9PGwW">Elogio del caminar de Shane O&#39;Mara</a>, que explica cient&iacute;ficamente los beneficios de los paseos diarios tanto para el cuerpo como para la mente.

De modo que Lebowitz podr&aacute; ser algo cascarrabias, s&iacute;, pero tal vez lo sea s&oacute;lo para que veamos con qu&eacute; poco podemos ser mejores.

Elogio del flaneur

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