Objeto de culto de chicos y grandes, los libros de Rébecca Dautremer 
venden miles de ejemplares en el mundo. Encuentro con esta ilustradora francesa seducida por la nostalgia y el pasado.

En la primera p&aacute;gina del libro que <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%A9becca_Dautremer">R&eacute;becca Dautremer</a> vino a presentar a Argentina, Las ricas horas de Jacominus Gainsborough, se lee un adagio herm&eacute;tico que funciona como manual de instrucciones de lo que est&aacute; por venir:

&ldquo;Es posible que algunas partes de este libro te parezcan misteriosas. No creas que las palabras lo explican todo&rdquo;

Esa advertencia inicial est&aacute; dirigida a los ni&ntilde;os y las ni&ntilde;as que se enfrentan a ese sofisticado artefacto construido con pinceles y acuarelas. Pero la misma llave de entrada puede servir para cualquier lector, de cualquier edad, que intente adentrarse en el universo de esta ilustradora francesa. Es que la distinci&oacute;n &ldquo;adulto/infantil&rdquo; es una barrera porosa que Dautremer atraviesa con fluidez. De hecho, es sabido que en las largu&iacute;simas filas que se arman cada vez que ella autograf&iacute;a ejemplares, o en los p&uacute;blicos que van a escuchar sus conferencias en museos y galer&iacute;as de arte, conviven las diferentes edades. &ldquo;No me gusta imaginar que hay una pared entre la infancia y el mundo adulto. A m&iacute; de ni&ntilde;a me interesaba escuchar las historias de los grandes, incluso sin entender bien de qu&eacute; trataban. Me fascinaba cuando hablaban a media voz sobre muertes, dinero o traiciones. Los ni&ntilde;os no tienen por qu&eacute; comprender todo, ni creo que haya que dar las cosas masticadas. Es m&aacute;s, no s&eacute; c&oacute;mo hablarle a un ni&ntilde;o, yo le hablo como a un par. Los adultos les han impuesto un mundo de im&aacute;genes pulcras, as&eacute;pticas, un mundo simplista. Esta sobreprotecci&oacute;n limita su imaginaci&oacute;n&rdquo;.&nbsp;

Dautremer naci&oacute; a principios de los 70 en el sur de Francia y tuvo una ni&ntilde;ez entre salvaje y solitaria. El Flower Power marcaba el tono de &eacute;poca y con solo 20 a&ntilde;os sus padres se instalaron en medio de la monta&ntilde;a para criar cabras y hacer queso. No hab&iacute;a mucho dinero, tampoco muchos libros, pero lo que sobraba era libertad y pradera para correr. &ldquo;Era dif&iacute;cil ir a la escuela en donde viv&iacute;amos, por eso me escolaric&eacute; un poco tarde. Eso me hizo un tanto t&iacute;mida y retra&iacute;da&rdquo;. Fue en el altillo de esa caba&ntilde;a en la monta&ntilde;a donde encontr&oacute; su cuarto propio. A los 3 a&ntilde;os ya dibujaba con fluidez y a los 7 hab&iacute;a creado su primera historieta, donde puede encontrar el germen de esa mirada oblicua del mundo que hoy derrama en sus historias, &ldquo;aquella primera se llamaba El misterio en la basura y trataba de una profesora de escuela que al mismo tiempo robaba joyas&rdquo;. Desde ese momento, quebr&oacute; los moldes de lo esperable para una ni&ntilde;a, un poco ingenua y un poco sabia, igual que la Alicia de Lewis Carroll, a la que m&aacute;s tarde iba a tener oportunidad de ilustrar y convertir en best seller a nivel mundial. &nbsp;

Durante su juventud se puso a estudiar dise&ntilde;o gr&aacute;fico en la prestigiosa Escuela Superior de Artes Decorativas de Par&iacute;s, en la que se formaron artistas como el realista <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Henri_Fantin-Latour">Henri Fantin-Latour</a>, el dada&iacute;sta <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Francis_Picabia">Francis Picabia </a>y el escultor <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Auguste_Rodin">Auguste Rodin</a>. Ah&iacute; mismo fue descubierta por un profesor que la contact&oacute; con la primera editorial para la que trabaj&oacute;. Primero quiso ser fot&oacute;grafa, por eso cada una de sus ilustraciones est&aacute; ejecutada como disparos de toma &uacute;nica y mirada singular&iacute;sima. &ldquo;En mi cabeza armo primero la escena que quiero ilustrar, instalo elementos, actores, escenograf&iacute;as, pongo la luz que me va bien con sus correspondientes sombras, profundidad y encuadre. Pienso en una escena casi teatral y ah&iacute; la dibujo&rdquo;. En sus libros, las ilustraciones nunca son redundantes con los textos, no subrayan ni explican de m&aacute;s, sino que se despliegan en una historia paralela, un origami hecho de peque&ntilde;os detalles.&nbsp;

La fascinaci&oacute;n por el primer plano es lo que tuvo presente cuando le toc&oacute; dibujar el texto m&aacute;s largo, complejo y conocido por todos: una versi&oacute;n de la Biblia. &ldquo;Intent&eacute; contar, desde la ilustraci&oacute;n, una historia que excediera la connotaci&oacute;n religiosa. Si lo abordaba como un texto sagrado, no iba a animarme a dibujar. Escenas como la crucifixi&oacute;n de Jes&uacute;s, o el momento en que atraviesa el desierto, las pens&eacute; como si tuviera una c&aacute;mara en la mano, me iba acercando t&iacute;midamente a esa situaci&oacute;n, levantando la vista de a poco, reconociendo una mosca o una gota de transpiraci&oacute;n&rdquo;. La Biblia no fue la &uacute;nica historia para adultos que abord&oacute; esta artista francesa. Tambi&eacute;n fue la primera en recrear Seda, de <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Alessandro_Baricco">Alessandro Baricco</a>. A pesar de que varias veces trataron de tentar al autor italiano para hacer una versi&oacute;n gr&aacute;fica de su novela, fue solo cuando le propusieron el nombre de Dautremer que no dud&oacute; un instante en que ella iba a poder plasmar a la perfecci&oacute;n el tono er&oacute;tico y la densidad del texto. Es que desde siempre se dijo que sus ilustraciones ten&iacute;an algo de oscuridad y melancol&iacute;a. A ella no la sorprende el se&ntilde;alamiento: &ldquo;Me fascina el tiempo pasado, es mi sello particular, pero es una melancol&iacute;a feliz. La gente dice a menudo que mis personajes son tristes, pero yo no puedo hacer otra cosa. Cuando intento poner una sonrisa en el rostro de mis protagonistas, veo todo muy artificial. Me parece una locura un mundo con sonrisas permanentes como el de Walt Disney. Es un mundo de personajes psiqui&aacute;tricos&rdquo;. Esa visi&oacute;n disruptiva con respecto al universo infantil la hizo m&aacute;s conocida internacionalmente desde aquel Princesas olvidadas o desconocidas que public&oacute; en 2004 (cuando las tem&aacute;ticas de g&eacute;nero no eran moda). All&iacute; puso en jaque los modelos de doncellas abordados por los cuentos infantiles y construy&oacute; hero&iacute;nas despeinadas, buc&oacute;licas y poco exitosas. Ese libro se tradujo a veinte idiomas y vendi&oacute; m&aacute;s de 550 mil ejemplares. Dautremer adem&aacute;s hizo incursiones en otros mercados, como el de la moda: all&iacute; realiz&oacute; la conocida flor roja del perfume de Kenzo y trabajos para Cartier.&nbsp;

La mirada de g&eacute;nero y la reflexi&oacute;n sobre el lugar de las ilustradoras est&aacute;n presentes al momento de pensar su oficio &ldquo;Hay todav&iacute;a una opini&oacute;n&nbsp;despectiva sobre el trabajo del ilustrador, ya sea porque son materiales pensados para ni&ntilde;os o porque son hechos mayoritariamente por mujeres. Los hombres siempre gozan de m&aacute;s confianza por parte del p&uacute;blico. Incluso me doy cuenta de algo terrible que me pasa: cuando tengo que autografiar un libro, le dedico m&aacute;s tiempo a hacer un dibujo para un hombre que para una mujer. Es algo inconsciente, que me gustar&iacute;a cambiar, pero que da cuenta de c&oacute;mo tenemos incorporada culturalmente esa jerarqu&iacute;a. Yo trabajo con editoras muy capaces, pero finalmente las decisiones dentro del mundo editorial las toman los due&ntilde;os, que son siempre hombres&rdquo;.&nbsp;

As&iacute; como Jacominus, el conejo protagonista de su &uacute;ltimo libro, R&eacute;becca Dautremer tambi&eacute;n repasa su vida y piensa en los momentos felices. &ldquo;Trato de atesorar los instantes m&aacute;s sencillos que vivo a diario. Tengo un juego con mis hijos, que ahora ya son adultos, y es que al final del d&iacute;a nos reunimos en la cena y nos contamos cu&aacute;l ha sido el momento m&aacute;s feliz de nuestra vida, pero que corresponde a ese d&iacute;a. Una foto en la memoria puede ser estar sentado en el banco de un parque o el momento en que cae la primera gota de lluvia. Claro que esto no se da naturalmente, es una decisi&oacute;n. Elijo esa imagen y me digo a m&iacute; misma: este es el momento m&aacute;s feliz de mi vida&rdquo;.&nbsp;

Rébecca Dautremer, apto para todo público

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