Lo que Agnès Varda nos legó. Su cine feminista y su influencia en las directoras argentinas.


Sentada en una silla de director delante de la pantalla de un cine y frente a un peque&ntilde;o p&uacute;blico que la escucha con atenci&oacute;n, Agn&egrave;s Varda cuenta sobre su vida. &ldquo;Fui feminista y lo sigo siendo&rdquo;. Tiene casi 90 a&ntilde;os y habla despacio pero con picard&iacute;a, es el ronroneo franc&eacute;s de una se&ntilde;ora t&iacute;mida pero juguetona. La c&aacute;mara est&aacute; entre la gente y la toma; viste de violeta y tiene su cl&aacute;sico corte de pelo redondo como un casquito; mitad blanco, mitad rojo. Se mueve, enfatiza lo que dice desplazando el cuerpo hacia delante y atr&aacute;s, marea unos anteojos entre las manos: &ldquo;y debo decir que los asuntos que rodean a la liberaci&oacute;n de la mujer, en especial, las pol&iacute;ticas respecto del cuerpo, me conciernen de verdad. Por ese entonces hab&iacute;a luchas por el aborto&hellip;&rdquo;. La imagen corresponde a su &uacute;ltima pel&iacute;cula Varda por Agn&egrave;s, un ensayo autobiogr&aacute;fico que recorre su trayectoria como una de las directoras y guionistas m&aacute;s importantes de la cinemateca del mundo, una precursora de la Nouvelle Vague. Dej&oacute; una huella clara y profunda en la obra de las mujeres y disidencias que vinieron despu&eacute;s, incluso sin saberlo, incluso sin considerarse feministas, incluso en el sur del mundo, incluso en Argentina.

Pero, &iquest;qui&eacute;n era? Varda naci&oacute; en 1928 en Bruselas, hija de padre griego y madre francesa. Durante la Segunda Guerra Mundial, la familia se refugi&oacute; en S&egrave;te, sur de Francia, donde a los 26 a&ntilde;os, la joven Agn&egrave;s film&oacute; su primera pel&iacute;cula, La Pointe Courte, en 1954. Con poco presupuesto, casi artesanal, la pel&iacute;cula fue precursora de un estilo que despu&eacute;s har&iacute;a famosos a Jean-Luc Godard, Jacques Demy &ndash;el amor de su vida&ndash; o Fran&ccedil;ois Truffaut: alterna relatos locales reales con el di&aacute;logo ficcionado de una pareja en crisis. El influyente cr&iacute;tico y te&oacute;rico de cine Andr&eacute; Bazin defini&oacute; su primera pel&iacute;cula como &ldquo;libre y pura&rdquo;, y as&iacute; puede definirse a Varda, porque ella era su obra. Agn&egrave;s muri&oacute; en 2019 y fue una mujer, feminista, delante de una c&aacute;mara.

El cine de Varda est&aacute; lleno de historias de personas reales. Busc&oacute; su propia identidad y la de las comunidades que retrat&oacute; a trav&eacute;s de su obra: los cosechadores de papa franceses, los vecinos de su calle, los artistas de murales colectivos en Los Angeles, los viajeros solitarios y perpetuos de Europa, las mujeres de los setenta militando por la emancipaci&oacute;n, los Panteras Negras o aquellos sucesos de la vida: el amor, la infidelidad, la enfermedad, el paso del tiempo. Sin embargo, eso no se convirti&oacute; en su sello de autora, lo que pas&oacute; a trav&eacute;s de las generaciones de cineastas.

Varda es su mirada, pero sobre todo es la forma en que mira. El cine para ella era una composici&oacute;n donde las formalidades estaban disponibles para la narraci&oacute;n, donde la ficci&oacute;n y la realidad se mezclan, conviven y se alimentan. Su obra, que abarca cortometrajes para la televisi&oacute;n, largometrajes premiados, instalaciones en museos y documentales, est&aacute; libre del cors&eacute; de los g&eacute;neros. Lo que hace, seg&uacute;n sus palabras, es &ldquo;preparar una pel&iacute;cula con los elementos de la realidad&rdquo;.

Y es ese gesto de transgresi&oacute;n es el que se puede ver en el cine de nuestras autoras locales. No es dif&iacute;cil encontrar una huella de Agn&egrave;s Varda en la obra de Lucrecia Martel, Ana Katz, Albertina Carri o Agustina Comedi.&nbsp;

En Los rubios (2003), el documental donde Carri utiliza recursos narrativos de la ficci&oacute;n para componer una historia &ndash;la de una hija que intenta investigar c&oacute;mo fue el momento en que los militares secuestraron y asesinaron a sus padres&ndash;, se puede observar el mismo gesto de transgresi&oacute;n de las formas. La cineasta argentina juega con la solemnidad con la que se trata el tema de los hijos de desaparecidos e incluye en su pel&iacute;cula l&iacute;neas ficcionales en el gui&oacute;n y lenguajes pl&aacute;sticos para narrar.

Algo similar se puede ver en El silencio es un cuerpo que cae (2017), el documental de Comedi donde la operaci&oacute;n art&iacute;stica tambi&eacute;n parte de la no ficci&oacute;n: de cientos de horas de grabaciones que hab&iacute;a filmado su pap&aacute;, durante sus &uacute;ltimos a&ntilde;os de vida. Ella las recort&oacute;, investig&oacute;, oper&oacute; e hizo conjeturas sobre la vida de &eacute;l. Trabaja con material de archivo, con ficcionalizaci&oacute;n y con distintos materiales f&iacute;lmicos. &ldquo;Varda para m&iacute; es como un gran referente. Es muy l&uacute;dica, muy libre, creo que eso es lo que m&aacute;s me conmovi&oacute; de su cine&rdquo;, dice. Desde Portugal, donde est&aacute; filmando, Comedi valora el car&aacute;cter del cine ensayo vardeano, porque tiene la capacidad de hacer convivir materiales muy diversos y romper los l&iacute;mites entre ficci&oacute;n y documental. &ldquo;Su libertad para jugar o tensionar las formas, para construir con elementos que dif&iacute;cilmente podr&iacute;an convivir, son para m&iacute; su mirada sobre el mundo&rdquo;.

En la misma sinton&iacute;a de pensamiento est&aacute; una de las editoras del libro Tr&aacute;nsitos de la mirada. Mujeres que hacen cine, Agustina P&eacute;rez Rial. Para ella hay denominadores tem&aacute;ticos que las mujeres del cine argentino &ndash;entre las cuales cuenta a Anah&iacute; Berneri, Toia Bonino y Celina Murga&ndash; est&aacute;n planteando en paralelo a la obra de Varda: &quot;Estas historias aparentemente chicas donde ponen el ojo, esos lugares que enfatizaban en sus puestas en escena, sobre todo en lo cotidiano, son para m&iacute; denominadores comunes&quot;.

El escritor y realizador audiovisual Ferm&iacute;n Acosta investiga el cruce entre im&aacute;genes, g&eacute;neros y sexualidades, y para &eacute;l la influencia de Varda en el cine feminista argentino es transversal y m&aacute;s evidente a&uacute;n a partir del 2000. &quot;Ella sostuvo la pregunta ligada al feminismo, a la autonom&iacute;a econ&oacute;mica laboral, al aborto, al cuerpo, al deseo, al placer, a la posibilidad de hacer un cine desde una perspectiva personal, asuntos que trafic&oacute; en su obra de un modo novedoso, moviendo est&aacute;ndares&rdquo;.&nbsp;

Pero no estaba sola en el mundo. Al mismo tiempo que Varda, la argentina Mar&iacute;a Luisa Bemberg demostraba ser una activista feminista comprometida. Fue cofundadora de la Uni&oacute;n Feminista Argentina (UFA) en 1970, y en 1972 estren&oacute; El mundo de la mujer, una aproximaci&oacute;n ir&oacute;nica a las grandes ferias de venta de productos femeninos para &ldquo;conquistar al hombre&rdquo; que se organizaban en La Rural. Tambi&eacute;n ella utiliz&oacute; en esta historia im&aacute;genes documentales montadas sobre una ficci&oacute;n. De alguna manera, dialogaron.

En 1971 y junto a Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Jeanne Moreau y Catherine Deneuve, entre otras, Varda fue una de las 343 firmantes del petitorio por la legalizaci&oacute;n del aborto seguro y gratuito en Francia. Su libertad con las formas cinematogr&aacute;ficas fue un cauce secundario del r&iacute;o del arte, un torrente salvaje pero moderno, y a la vez universal. El activismo de Varda ten&iacute;a contempor&aacute;neas en la lucha y tambi&eacute;n, con los a&ntilde;os, adherentes en la mirada, en el juego de las transgresiones. Una cualidad innegable en la obra y la vida de la cineasta francesa.

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